Una “cabrita” de canilleras de cartón suelta en Las Ovejas

Florencia en Varvarco, durante un Zonal disputado en 2010.

Por Carolina Magnalardo

Como miles de las mujeres, Florencia Parada comenzó a jugar al fútbol con varones. “Tenía 8 años y practicaba con los chicos de mi barrio. Era la única nena y mis hermanos, que siempre me cuidaban, me habían inculcado el amor por este deporte. Tenía habilidad y mis compañeros se peleaban por elegirme para su equipo”, avisa la futbolista de Las Ovejas.

El prejuicio social es un punto en común que transitan la mayoría de las futbolistas. Si bien es cierto que el fútbol femenino es cada vez más aceptado, cuando Florencia comenzó a jugar hace 32 años también tuvo que lidiar con esa mirada discriminatoria de la sociedad en un pueblo chico. Era el año 1988 y en Las Ovejas vivían aproximadamente 120 personas.

“Las otras chicas no jugaban y algunos decían que yo era la machona del barrio pero eso nunca me importó porque era algo que me encantaba”, recuerda la jugadora de 40 años que siempre tuvo el apoyo familiar: “Mi mamá me enseñaba que debía ser lo que me hiciera feliz. Ella decía que yo era su cabrita porque vivía saltando y no me quedaba quieta”, recuerda Florencia.

Pretemporada a full en 2008.

Su convicción hizo que en su escuela se fuera aceptando el fútbol femenino. “En los recreos jugaba con una pelota de trapo y las maestras al ver que no me importaban los golpes y que hacía más cosas que los varones, dejaron que otras compañeras se sumaran y así hubo más niñas. Cuando empezamos en el barrio jugábamos en un baldío y de a poco se sumaron más chicas. Lo hacíamos por diversión. A mis 12 años un profesor de educación física comenzó a entrenarnos ya que el municipio pretendía que participáramos de encuentros con otras chicas de localidades más grandes como lo Chos Malal”.

Cuando piensa en las condiciones en las que desarrollaban este deporte, reflexiona que “en aquel momento jamás realizamos una entrada en calor, un regenerativo o un buen estiramiento después de dos o tres partidos que teníamos en los torneos locales. No usaba calzado adecuado para jugar y las canilleras para mí eran un pedazo de cartón. Nunca nos enseñaron un cuidado adecuado como mujer y eso con los años me trajo graves problemas de salud como una lesión osteocondreal en mi rodilla izquierda”.

En casa durante la temporada 2007.

Su talento le permitió jugar en equipos de las localidades cercanas que le pagaban el transporte y el alojamiento durante los campeonatos. En 1994 cada ciudad ya había logrado tener sus propios equipos y se realizó un encuentro para armar la selección de la zona norte en la que estuvieron dirigentes deportivos de la provincia. Florencia, que jugaba como defensora o mediocampista, quedó seleccionada junto a dos compañeras de Las Ovejas.

Unos años después fue a vivir a Chos Malal donde siguió jugando en torneos locales, nacionales e internacionales y donde también la esperaba el amor: “Acá conocí a la persona más especial y hermosa de mi vida que es mi pareja”, dice orgullosa.

Al reflexionar sobre la situación del fútbol femenino en la provincia, considera que “debería haber un apoyo más firme de los gobiernos, que se tomen medidas de soporte para que los clubes inviertan más en esta disciplina y darle la visibilidad que se necesita para que siga creciendo”.

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