Peque Pareto: los planes para una vida distinta

Tras 16 años en la elite, Pareto se retiró y ahora piensa ayudar a la Selección de ayudo.

Por Julián Mozo (Prensa Huella Saint-Gobain)

Cuentan que en la villa olímpica, los pocos que se enteraron, se quedaron sorprendidos por un nuevo ejemplo de Paula Pareto. Faltaban días para su debut en su cuarto y último Juego Olímpico, pero Peque se encerraba por momentos en su habitación para, primero estudiar y luego rendir el examen final de Ortopedia y Traumatología. Porque, claro, además de ser una de las mejores judocas del mundo, nuestra doble medallista olímpica buscaba dar bien el oral para aprobar el curso de tres años y así avanzar en su profesión, la misma que transitó durante estos últimos años en los que se mantuvo en la elite mundial de su deporte. Un caso ejemplar, inspirador, sin dudas.

“Nunca quise un trato privilegiado, al revés… Desde el primer día les pedí a los profesores que me exigieran como una más. Esta vez, los dos que me tomaron sólo me dieron el beneficio de rendir primera porque sabían que estaba en la villa y tenía que irme a entrenar. Pero nada más. Yo soy una persona normal, como todos mis compañeros, y no corresponde tener un tratamiento especial. Tal vez en un tatami pueda tenerlo, por lo que hice y pese a que tampoco me gusta, pero como médica no tiene nada que ver”, explica la Peque, de forma tajante, tras regresar de Japón, donde arañó una tercera medalla olímpica –perdió en semifinales-.

Paula en el Hogar El Alba de Longchamps, su nuevo proyecto solidario con Huella Saint-Gobain.

Cuando terminó la última pelea, Pareto anunció su retiro tras 16 años en la elite, que incluyen 13 medallas panamericanas (seis oros), tres en Panamericanos (un oro), tres en Mundiales (un oro) y dos en Juegos Olímpicos (oro en 2016 y bronce en 2008). Ahora se le abre otra etapa en su vida pese a que, en los últimos días, mientras hacía la cuarentena en su casa, se la pudo ver entrenando como si fuera a disputar otro torneo. “Yo soy así, no puedo parar y más cuando son algunos desafíos que me gustan. Yo me motivo y la gente se prende con estos ejercicios de dificultad. Tienen mucha repercusión, la gente te devuelve con comentarios como ‘me diste fuerza para salir o para ir a entrenar’. Con que motive a una persona, el objetivo está cumplido”, dice, aunque no sin admitir que estas acciones serán excepciones. “Entrenar no voy a dejar de entrenar, pero ya no tanto judo, más que nada por el cansancio físico y las lesiones que fui acumulando en estos últimos años. Si me tengo que poner el kimono para ayudar a las chicas de la Selección, lo voy a hacer, sin un cargo, aunque me lo hayan propuesto… Pero ya sin la obligación de tener que entrenar para una competencia como antes”, explica.

Para los padres existe el Síndrome del nido vacío cuando se van los hijos de la casa. ¿Creés que te pasará lo mismo, un vacío, que vas a extrañar este entrenamiento y ser una deportista de elite?

-No creo que sienta ese síndrome del nido vacío (se ríe). El otro día estaba en un entrenamiento y le decía a Laura (Martinel, su coach) ‘qué feliz estoy de verlo desde afuera’. Ella, justamente, me decía que, cuando se retiró, estuvo cinco años sin ponerse el kimono. Yo no creo que tanto, pero siento que ya di todo, como dije en Tokio, que no tengo más. Los últimos meses no fueron fáciles. No digo que los sufrí, pero ya no era como antes. Los dolores, las lesiones, el tiempo sin dormir bien, los viajes… No es fácil soportar todo eso, te va costando mentalmente. Di todo y un poco más.

Encima vos te fuiste preparando para este final y tenés muchas otras cosas para hacer.

-Claro, tengo tanto pendiente que no creo que extrañe (se ríe). Ojo, lo hablé con mi psicólogo (Gustavo Ruiz), seguramente no será fácil y el duelo tendré que hacerlo, pero no tendré mucho tiempo libre para darme cuenta. Habrá un cambio de cosas que haré y hasta de estilo de vida, pero la carga horaria será igual o mayor que antes.

Así la recibieron en el Hospital de San Isidro, donde está terminando la residencia.

¿Qué tenés pensado o programado para esta nueva vida?

-Dedicarle más tiempo a mi profesión, ahora que rendí Traumatología y Ortopedia y que me falta poco para terminar la residencia. Hacer más vida familiar porque entre mis obligaciones y, sobre todo la pandemia, he estado muy alejada. No quería arriesgar, en especial cuando me preparaba para torneos. Más liberada de la parte competitiva será momento de disfrutar de otra forma.

Tremenda la recepción y el Pasillo de Honor que te hicieron los médicos en el Hospital de San Isidro, ¿no? ¿Qué te generó?

-Sí, emocionante. Lo del hospi me hizo recordar al recibimiento de los deportistas en la villa. Sabía que querían saludarme, pero me sorprendió porque estaban todos mis compañeros de traumato pero también otros médicos con los que me formé y varios de otras especialidades. Muy contenta y sorprendida, la verdad, más de lo mismo de lo que me está pasando en estos días. Es lindo que suceda, lo estoy disfrutando, pero a la vez siento que es mucho…

¿Pensás ahora darle aún más preponderancia a la ayuda social? Porque es algo que descubriste y te gustó mucho.

-Sí, es verdad, es algo que descubrí y me encanta. Permanentemente estoy haciendo cosas porque con lo social pasa que una cosa lleva a la otra y se va encadenando acciones, porque vas conociendo gente que quiere ayudar y se va sumando en el camino. Por ejemplo, el otro día me escribió un chico que nos regaló unos mates para Tokio porque había visto cuando hice un posteo del merendero Los Pepitos al que ayudaba Braian (Toledo) y ahora sigo yo, y se ofreció a mandarle golosinas y galletitas a Cristina, la dueña. Así pasa todo el tiempo: hay mucha gente que quiere ayudar y no sabe cómo. Y cuando se entera de alguna acción, se suma. Ahora, justamente, me llamó Karina, del Hogar El Alba en Longchamps, para ver si podíamos ayudar a un trasplante de uno de los chicos del lugar. En realidad, yo hago más de nexo, visibilizando situaciones o lugares para poder acercar a la gente que está dispuesta a dar una mano.

Con Huella Saint-Gobain cubrís la parte de infraestructura y se van agregando cosas cuando la gente que se suma. Es un efecto dominó.

-Sí, claro. Lo de la Huella Saint-Gobain es la base de todo. Es un programa que ya lleva más de diez años con nosotros, los deportistas, como embajadores, buscando mejorar la infraestructura de los lugares, con sus materiales pero además con la capacitación de la gente que trabaja en cada uno. En este caso con el arreglo de los techos y las paredes de los edificios que tiene este hogar que, además de hogar de chicos, tiene una casa de la mujer para luchar contra la violencia de género. Pero, a la vez, parte de la huella que deja es abrir la puerta de la solidaridad y que otras personas o empresas se vayan sumando a la movida solidaria que tan importante es.

-“Di todo y un poco más”, dice Peque, quien cree que no extrañara. “Los últimos meses no fueron fáciles”, admite.

¿Y a vos qué te genera el ayudar?

-Te reconforta, te hace sentir bien, porque ves que tu imagen, todo lo que hiciste, tiene una utilidad que va más allá de lo deportivo. Es hermoso poder dejar algo en la comunidad, dejar esa huella de la que habla el programa. Y, además, te sirve para tomar dimensión y ver la vida desde otra perspectiva. Cuando vas a un lugar así, con chicos con tantos problemas, te das cuenta que a veces te quejás de lleno. Conocer estas realidades te hacen un poco mejor como persona, el ver los privilegios que tenés y que, con un poco, nada más, podés dar una mano, visibilizar realidades que no se conocen. Y el tener ese compromiso que nos hace sentir bien a todos.

Antes de Tokio visitaste el Hogar El Alba y tuviste una experiencia muy linda con los nenes y nenas del lugar, con la gente que pone el cuerpo cada día para hacerles un poco menos traumática la vida a estos peques, aunque a la vez siempre es duro… ¿Cómo fue la nueva vivencia?

-Y sí, es difícil… Me pasó que una nena se me acercó y me preguntó si podía hacerme una consulta y, cuando le dije que sí, me preguntó cuándo iba a volver a estar con su mamá… Me partió el alma. Lo único que quería era ir con su mamá y tal vez no podía por alguna situación de violencia en su casa. Eso es devastador, no te entra en la cabeza que una nena tenga que pasar por algo así… (se emociona). Pero bueno creo que, a veces, te tienen que pegar así las cosas para que te des cuenta de lo afortunado que somos, de la vida que tenemos. Y, a la vez, en esa mezcla de sentimientos que te invaden, también te sentís bien, porque si bien no vas a cambiar el mundo, al menos aportás un granito de arena para que la vida de otras personas que sufren sea un poquito mejor. No sé si alcanza pero es lo que podemos hacer y para eso vale el compromiso.

Cuando la Peque no necesita ganar medallas para dejar una huella.

-“Ayudar es muy gratificante”, dice quien continúa colaborando con el merendero al que ayudaba su amigo Braian Toledo.

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