La Federación Neuquina de Box informó la muerte de Daniel Rodríguez e inmediatamente brotaron las imágenes. Como árbitro, vestido de inmaculada camisa celeste en los cuadriláteros de la región o en las transmisiones que se seguían por tevé, pero también en la caja del Macro. Arriba del ring, trataba de tener todo bajo control y lo hizo muy bien porque coleccionó casi un centenar de peleas. Y en el banco, porque te tiraba alguna data mientras sellaba la boleta o contaba algunos billetes. Daniel no tenía la nariz chata, pero vaya si era un tipo de boxeo.
Su íntimo conocimiento del reglamento y una interpretación de intervención de la acción con tiempos sabios, le permitió ser designado en peleas por títulos de relevancia a nivel nacional y sudamericano. Esa tarea sobre el cuadrilátero lo llevo en 2008 a ser ternado para el premio Firpo, máximo galardón para un árbitro profesional. Era orgullo para Neuquén el respeto que Daniel generaba en el ambiente de escalones más encumbrados.
Pero, es para el contexto local, también una pérdida singular. Un referente de la Federación en todo su desempeño dirigencial. Tenía ante cada velada boxística, el control de la actividad y un solvente conocedor del reglamento que aplicaba con respetuosa frialdad. Rodríguez era convicción de una letra que se encuentra en las reglas, sin inventos infundados.
Viene el boxeo, cómo la sociedad misma, de dolor en dolor. Se fue hace días el gran campeón del mundo Sergio Víctor Palma. Y seguimos grogui. Un cáncer en la garganta acorraló definitivamente a Daniel. Venía luchando round a round desde hace ocho meses y su corazón dijo basta. Tenía 72 años.
Fue árbitro de fútbol y jugador, y esa pasión por el deporte y el regir ordenado de una actividad, lo subió también al cuadrilátero para impartir justicia. Y ahí metió la mano o le paró el carro a varios. Los locales, todos, Aldo Ríos, Paulo Sánchez, en su recordada victoria ante Mariano Carreras en Bariloche, Billi Godoy o el duelo de pesados entre el neuquino Matías Vidondo y Marcelo Domínguez. También varias peleas femeninas y la Tigresa Marcela Acuña.
Era serio, recto, pero con el cariño que un maestro transfiere al novato que quiere aprender. Era reglamento y esmero hasta en el control de un pesaje de amateur. Era voz autorizada y cuadrilátero. El boxeo neuquino lo va a extrañar.
Info (y pluma): Javier Marcucci